un deforme grupo de
chinches se agolpa
unas contra otras
cerca de mi cactus favorito.
Como todas las
mañanas corro a verlas: son negras y sus
vientres ajados se
despliegan como puente entre el día y
mi pie desnudo.
Eventualmente los
gritos de mi madre
me colocan los
zapatos: mientras corro mis dedos
acarician la viscosa
sensación del apuro.