Comencé
como un doble. Negando y negado, al renacer tanto higo
y
no madera de su árbol, la cerveza y no cebada de una espiga, una sola,
y
el alma en almácigos con la voz de mi mortal, con el pie de mi inmortal,
con
el agua por delante: una fuente en el mundo y dios todo para mi sed.
Comencé
las ilíadas sin parte, ni linaje.
Así
me despedían: blanco entre las sábanas colgadas al aire
y hambriento
por la forma, la verdad de un leño ardiendo: un fénix
con
su pico atragantado de cenizas. Yo el funesto de los ojos
arrugados
como vientres. La mancha sin causa en la madera fosilizada:
tu
huella, la mía, formando un mosaico. Un vitral que consagra
tu
memoria a una imagen. La nave de un templo que guarda los deudos:
mi
cirio goteando tu poco de muerte.