Aquella tarde de abril el baile no
estuvo de mi lado. 
Ni los árboles
buscaron mi sombra. 
Aun así mi cuerpo no dejó de 
moverse y atrajo la 
atención de todos.
Pensaron que yo era un break
dancer. Nunca pasó por sus 
narices que sólo obedecía el 
ritmo del estéreo y que los cables 
de la luz no eran sino la 
conexión de la tierra con 
mi respiro. 
Traía puesta la misma playera de los 
Looney Tunes que usaba
en todas las fiestas
y que fue cónyuge 
de los poemas que
llevé a mis primeras citas.
Después de todo aunque el 
gusto por las camisas se haya
mudado a mi closet
el desgaste de aquella prenda
sigue siendo el acantilado 
que prefiero
donde yacen los
restos de todos mis 
fracasos junto al triciclo y a la 
figura de acción de la que 
estoy tan lejos. 
 
