martes, 23 de agosto de 2016

XXIII de Rubén Falconi


-No me ha movido el morbo de tus quimeras para estar aquí, ni el terrible espectáculo de Hades, ni sus criaturas. He venido para admirar el último escalofrío. -Le digo al tenebroso. La profecía escapa de mi boca mientras el grito débil de un piano me acompaña.[1]



[1] Algunas corrientes psiquiátricas poderosas promovieron, ya desde antes, estas tendencias para silenciar a los locos, especialmente en ámbitos institucionales. Como ya hemos visto, a partir de la revolución científica la opinión prevaleciente postuló un modelo de ser humano en el que éste era esencialmente una máquina y, por ende, las expresiones y quejas de los trastornados se reducían a meras manifestaciones secundarias, rechinidos y crujidos de una máquina defectuosa: algo no funcionaba bien pero esos ruidos carecían de significado. Después de todo ¿acaso no prescribían los métodos de las ciencias experimentales observación y objetividad en vez de interacción e interpretación?
Breve historia de la locura, Roy Porter